Era un mañana de domingo muy parecida a esta, que se cuela en el recuerdo cada vez que el pájaro canta, su sonido agudo te traviesa el alma, como augurando algo por venir. El verano estaba en su esplendor y volver siempre significaba un cansancio extra, éramos medianamente jóvenes, y las decisiones no se planeaban, salíamos a la ruta y jugar entre las olas era nuestro objetivo, sol en la piel, fogones de guitarreada y cuando ya estábamos saciados de las noches estrelladas, emprendíamos la vuelta. Es cierto que nos vestíamos con ropas livianas de rebeldía y bailábamos al son del canto de libertad, pero eso no impedía nuestra responsabilidad de hacer las cosas bien, sobre todo manejar con cautela. Nunca creímos que el infierno se podía encontrar a la vuelta de una curva, en esa época no había tantos controles, el endemoniado ángel negro se le tiro encima, huyó y un frío silencio de luces y paredes blancas nos envolvió a todos, la herida sigue abierta y los lazos mas fuertes. El termino su carrera de abogacía, hoy sigue luchando aunque la causa este extremadamente perdida en el cajón de algún enemigo.
en los días que las primeras luces
me encuentra individualizada-mente
Géminis
¡No hay caso!
somos dos, las que hemos despertado
o quizás mas
ni siquiera me detengo a preguntar:
¿quien de nosotras, escribe?
o habla
la dualidad como hechizo en movimiento
se despliega en un torbellino
inquieto
caprichoso
pertinaz
ansioso
sensible y llorón.
¿Ponerme de acuerdo?
¡No! ya he desistido
somos como la imperativa primavera
y el remedio es:
¡Dejarlas ser!
aunque tampoco te garantice nada
porque bien sabemos de ante mano
que como el aire
no se pueden asir
cual mariposas
se escapan
juegan
latido a latido
entre los pliegues de su propio enredo
No sabemos.
Quizás estén dentro de algún cuento.
Un sopor me llevo a punto de inconsciencia después de un lacerante dolor en el cuerpo, que desapareció cuando un destello se disperso en mis ojos. Vi unas figuras extrañas, me tomaron de las manos y piernas. Su piel era áspera, parecían escamas, atravesamos un corredor muy frío, hasta llegar a un aposento que solo contaba con un lecho muy rustico. Aparecieron dos más, se agruparon a mí alrededor con esos ojos negros azabaches, profundos y gélidos. Hablaban un idioma de silencios y cantaban una especie de réquiem, me untaron con un aceite negro. De golpe una serenidad, un calor, un fuego me despertó. La madrugada me encontró hincada en la banca de aquel templo. Me sorprendí al ver mis manos cubiertas de sangre, eran por las espinillas cuando toque su pecho, intentando sostener su desnudo corazón y cuerpo. Mientras balbuceaba, que ellos están por llegar… Cuando le pregunte: ¿quienes?, me miro y se le soltó una lágrima de sangre. Me sentí cobarde.
Con tanta temperatura marcada en el barómetro, es mejor que me quede aquí, bajo la fresca que entra por la ventana, debido a la buena predisposición del viento. El aire acondicionado, nunca me hizo bien, después de unas horas, empiezo a resfriarme. Estar resfriada me pone fastidiosa. Y por cierto mi ánimo no anda de ganas. Esta bastante ralentizado, pero desde aquí puedo dejar reposar la ansiedad y quizás tenga la suerte, de no pensarte y que mi mente se dispare por las líneas del horizonte que va describiendo el autor del libro, que me hace muy buena compañía por estos días. Enero no me gusta, es un mes demasiado largo, uno lo empieza con la pesadez que dejan las fiestas. Se que ha sido un buen año el que se fue, le di un verdadero cierre a unas cuantas cuentas pendientes y llegar al nuevo con la mochila vacía, da gusto. Ahora que lo pienso, me gustaría llenarla con las caricias de un buen amor. ¿Y si le escribo a los reyes? Eso voy hacer, escribirles, poner el pasto, el agua, mis tacones y los espero con música y mi vestido por donde se vuelan las mariposas.