La oscuridad intenta robar las siluetas
a una ciudad detenida en las miradas.
Simona no se espanta, sabe
que junto al mar sólo el olvido teme.
En la mejilla del puerto la fragata descansa
le retiene un ancla transparente.
Las estrellas quedan atrapadas
en las cuerdas de la gloria
y el salitre derrama su sabor a despedida.
Un marinero intenta tararear en un tango
sus secretos y apenas desafina su sosiego.
Simona sonríe y mira sus zapatos de baile
¿Cuántas virutas han hecho saltar en estos años?
El verano caldea el mar y ella
intenta recordar el invierno en su expresión.
La fragata es un trozo de lejanía
una imagen atrapada en la dársena.
Piensa en un país sin mar y la alegoría le duele.
Sin mar no hay albatros ni gaviotas, entonces
¿a quien le encomiendan los recuerdos?
No sabe si prefiere verdades o silencios.
Tal vez sean lo mismo, tal vez están detenidos
a merced de la diafanidad del tiempo.
Su garganta siente el dejo de las memorias.
La noche, el muelle y el barco iluminado
son viejos compañeros que celebran
en cada puerto el fin de las distancias.
Simona les observa, el marinero sigue tarareando
mientras la luna es su alianza.
Cecy Aguerreberry & Eduardo Fonseca Muñoz