La mesa redonda, vestía de un paño negro. La lámpara colgante, iluminaba la circunferencia perfecta. Dos sillas enfrentadas median la distancia óptima del juego. Se repartieron los naipes de la última mano, tres y tres, quedaron en la mesa sin ser levantados. Cuando se sintió un silencio ensordecedor.
Un cosquilleo desolado me corrió por el cuerpo. Yo la había convocado a jugar. Nos miramos fijamente y supe que sabía.
¿Tienes miedo? Pregunto, y continúo. No deberías, si a ti nada te importa.
¡No es cierto! Le conteste enojada.
Eso lo supe siempre, es que aun no te has dado cuenta, agrego.
Sabia que tenía la partida perdida, mis cartas, no alcanzaban el valor para ganar, el as bajo la manga, nunca estuvo de mi lado en este juego. También comprendí, que ella, sin mirar sus cartas, se sabía ganadora.
Me miro y dijo.
Lo podemos arreglar. Tú tienes algo que si te importa.
Es cierto. No es mío, es de la vida, le dije.
Un sudor frio, corrió por mi espalda. Sentí retumbar en mi cabeza “a ti nada te importa”, fue cuando le grite desesperada que este juego era entre ella y yo, que no incluyera a terceros.
Se quedo mirándome fijo.
Nunca pensé en terceros, dijo.
No quiero ir contigo, agregue.
Lo se. Afirmo.
Entonces ¿Qué harás conmigo? Pregunte.
Este es el pacto dijo: “por un tiempo me llevo tus deseos y sueños, y solo te los devolveré con una condición.
¿Cuál? Pregunte.
Estarás con “Prudencia” un tiempo largo. Tu sabes bien, que nunca ganaras esta partida. Corro con la ventaja de encontrarte al final del camino.
Se levanto, tomo los naipes y se marcho.
Me quede en silencio.
Supe que era un pacto justo.
“mea culpa”