Caminaba en dirección hacia la cocina. Lo recuerdo muy bien, hay costumbres que se hacen raíces.
Creo haber pisado alguna línea del parqué que me hizo girar en mis talones. Lo que sucedió, ya no me responsabilizo de interpretar.
¡Estabas ahí! No, tu no.
Estaba ese viento que resopla frío en mi cara, ese
árbol más verde y alto, o quizás yo más baja, la banca solitaria y el sol. El
sol esquivando sombras, y yo me sentí nuevamente perdida. Necesitaba un faro
para ordenar nuevamente la rutina. Pero no hay faros los tiene todos el mar.
Lloré la distancia y las imposibilidades, y grité, grité tan fuerte que
pude llegar a la cocina, poner la pava y preparar el mate.