Simona va perdiendo el pelo pero no sus mañas. Repite como una loca, la
frase. Se le ha quedado dando vueltas de tanto escucharla. Vueltas en la
manzana de esta vida, porque en la esquina de la esperanza, encontró solamente
una esquina. Y de tantas esquinas cruzadas con las vueltas de la vida, sabe de
lo que no hizo, y de sus propias ganas que no han tomado impulso.
Se disuelven
como lindos pensamientos, como una deliciosa manzana que cuelga a punto de madurar
en la copa del árbol. En realidad, sabe que no aprenderá los nombres de la
cantidad de árboles que hay en este planeta. Ahora, si sabe, que puede
tocarlos, algunos, los más próximos, hasta admirarlos. Disfrutar de su sombra
en pleno verano, cobijarse ante la lluvia y observar como se mecen a causa del
viento, sus largas ramas en invierno.
Simona respira el dulce aroma que desprenden los árboles que a su
alrededor, perfuman sus días.
Días de silencio. Silencio cómplice, que dice,
porque escucha y observa. En definitiva es un silencio no por omisión, sino por
alusión a aquello que se calla, que no es igual. Y entre el laberinto de las
ramificaciones que exceden y caen, la poda es necesaria, sin lastimar la
sensibilidad de la pasión que corre por su sabia. Simona es mañosa, y por tanto ha diseñado su árbol del alma, donde va colocando bolas de presente feliz.