Hace tres días que daba vueltas por la estancia de la Arboleda, esperaba
ansiosa la llegada de su hermano y su regalo, un caballo que era un
espectáculo de hermoso. Deseaba que ese amigo suyo, tan enfurruñado no viniera,
pero su corazón la traicionaba al instante.
La advertencia de su padre, fue contundente: ¡No montaras
a Ulises, hasta que Franco lo dome!
Las tardes venideras, Clarisa, se sentaba cerca del picadero,
viendo los avances de Ulises, mientras Franco, como siempre, mostraba su
temperamento orgulloso, que a ella tanto le irritaba, también le exasperaba la
manera que el caballo le respondía, o las caricias que el, le impartía sin
llegar a ella.
Extasiada, miraba, su porte al andar, la cabeza siempre
en alto.
Franco solo se dirigía a ella de manera displicente, para
permitir que Ulises, hiciera amistad.
Cansada de la situación, esa misma noche, mientras todos
dormían, se vistió con sus pantalones de montar, la camiseta de mangas larga y
la sudadera, las botas, las llevaba en la mano para no hacer ruido y poder salir
minuciosa de la casa.
Acaricio a Ulises con todo su ansiedad acumulada, después
de colocarse las botas, lo monto, y ambos salieron campo adentro y se perdieron
en la inmensidad de una noche estrellada, de un cielo azul abusivo, los dos sentían que
las alas de libertad crecían a cada galope.
Al llegar a la playa, Clarisa desmonto, y; sin quitar la
mano de la cabellera de su Ulises, contemplaron juntos, los ruidos del
silencio.
Franco, que advirtió la salida de Clarisa, la siguió, como
un gato sigiloso, montado en su Aragón.
Se acerco y la tomo de la cintura, ella giro, y se
encontró con sus ojos grises, caminaron juntos por los bordes de la playa y en un claro de luna, la indiferencia se desvaneció en un esperado beso.
otras playas encontraras en casa de nuestra amiga Sindel.