El sol legaba su brillo en el vidrio de la ventana por donde miraba la calle, vacía todavía. Cerró sus ojos dejándose seducir, por la tibieza del calor que penetraba en sus mejillas. Se asoma un día distinto, lo sentía en el cuerpo, el cual se embriagaba de disfrutar, lo que por azar le estaba destinado, sin saber todavía. Le dio recreo al reloj y libero el tiempo. Disfruto de la mañana como casi ya, no lo recordaba.
Unos momentos después se dispuso a salir, como todos los días. Ya había dado muchas vueltas de esquina, cruzado algunos puentes, y curvado algunas líneas. Pero nada tenia que ver con la ruta que había diseñado siguiendo su instinto. Al llegar a la esquina se dijo para sus adentros: “¡Será posible que no escuches, que te estoy llamando!”
casi como un milagro...
casi como un milagro...
Simona se saco sus anteojos, se miraron y se estrecharon en un abrazo. Inmenso abrazo, se sentaron en el café de la esquina, y se perdieron en estos años que se extrañaron. Ellos no creen en los milagros, pero creen en los afortunados momentos, que el tiempo hace travesuras y juega con los misterios. La vida se puebla de sonrisas cuando dos amigos se encuentran.
Unos minutos después… ya sonaba las notas de un saxofón en el tango que empezaron a componer…