El la esperaba sin que ella lo percibiera, o al menos, creía que así era, como el cazador a su presa. Fue midiendo la estrategia día tras día, observaba sus pasos, sus movimientos, su entorno.
Los paisajes se iban tornando diversos, según lo dispusiera la naturaleza, en el bosque tan silencioso, donde todo se escucha. Intensas lluvias, despertaban los amaneceres cristalizados, al dar sus rayos de luz, que bailaban por las copas de los arboles. Tardes naranjas, despidiendo al sol, y sombras agazapadas, esperando la llegada de la majestuosa señora, compañera de los errantes. Noches cubiertas por mantos de estrellas, estilizando las figuras, en un cielo profundo, infinito. El lugar perfecto.
Ella en cada andar, sentía su respiración muy cerca, su olor, su adrenalina. Nunca quiso mirar hacia atrás, no le hacia falta, tampoco sintió miedo. Se sentía ansiosa en la espera, no sabia cuando su cazador la tomaría para siempre.
Llego el día.
El apunto directo a su corazón y ella giro a mirarlo.
Nada se supo después.
La leyenda cuenta, que el cazador esta obsesionado con el corazón de su presa, y al disparar, nunca sospecho, que la bala traspasaría su propio corazón. Es que ella se lo había entregado, tiempo atrás, y el sin saber, lo había guardado junto al suyo…
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