El viernes
muy temprano, al despertar, como de costumbre encendí la radio, y me enteré que
venía la tormenta de Santa Rosa, nunca me se me ocurrió preguntar porque se
llama así, para mí, es tradición, desde niña lo escuche de mi abuela, mi madre,
y seguro así de vecinos, y todo los que vivimos en este país, que por suerte no
conozco a todos tampoco.
En la
radio explicaba un meteorólogo, preste atención, porque después de tantos años
me entero, el motivo, por el cual llega siempre para estas fechas, 30 de agosto,
y también que se celebra el día de la Virgen Santa Rosa de Lima, Patrona de
América. Hubiese preferido no saber, no es porque tenga algo malo con respecto
a la virgen, sino que me parecía fantástico que le dieran un nombre a la
tormenta que tanto se espera y desespera.
La
cuestión que yo no vine hablar de la virgen, ni de la tormenta específicamente,
pero desde niña este es el primer año que llega puntual, en el día esperado y
para mí fue “especial”. Porque creo en los karmas, en las energías
espirituales, y que hay momentos en la vida, donde hacer una limpieza, es muy
aliviador, y no hablo que darse un baño, que por cierto es algo que hago a
diario. Me refiero a aquietar la mente y aliviarla de pensamientos
destructivos, alejarse de todo aquello que no hace bien, e intentar sanar en un
mundo que cada día está más destructivo, hay mucha gente horrible haciendo
daño.
Por eso
mismo, me tome la delicada tarea de estar informada sin que me afecte, porque
lo que sucede, yo, no lo puedo solucionar, pero sí, me puedo hacer un gran bien,
y a los que me aman y se preocupan y ocupan.
Me dio
mucho placer tirar dos bolsas de residuo, esas grandes, las que se usan en los
edificios, todos los papeles que tenía guardados, y, por último, las fotos.
Solo
me quede con dos álbumes, porque la cantidad de gente que tenía guardada en
esas imágenes, entre los que ni me acuerdo su nombre, los que nunca supe porque
están ahí, y me pregunto ¿Quiénes son? Los que, si me acuerdo, aunque ya nada
absolutamente nada tenemos que nos acerque. De mi viejo, solo me dejé una, cuando
yo era una peque y creía que éramos felices y él era bueno, hasta que se convirtió
en ese monstruo. Una o dos de mi hermano, cuando era mi hermano. Y de mi mamá,
guarde más, como cinco. Algunas las puse en un sobre, para darlas a quien
pertenecen.
Guardé
de algunos amigos que quise con el alma, algunos ya partieron y otros, nos dispersó
los caminos. Y tengo las de mi única familia: mi hijo, y mis dos hermosos
nietos. ¡Sí que de estas tengo un montón!
Cuando
termine de eliminar todo lo que necesite sacar de mi sistema, creo que ya era
casi el mediodía. Y fue cuando llegó más puntual que nunca Santa Rosa, y comenzó
a llover. Miré por la ventana, la lluvia caer, y me sentí tan tranquila y
aliviada que comencé a sonreír como hacía mucho tiempo que no me pasaba.